Houston tenemos un problema
“Haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad”, escribió Antoine de Saint-Exupéry en “El Principito”.
Cada familia forma un arco iris de personalidades con sus alegrías, tristezas, añoranzas, recuerdos, extravagancias, manías y virtudes de lo más variopinto.
En una saga pueden convivir gente de ideología conservadora y progresista; puritanos y transgresores; cristianos y budistas; pijos y campechanos; autoritarios y liberales.
Lo relevante es el respeto a las distintas creencias, pensamientos y personalidades humanas, ya sean de una orientación o de la contraria.
El buen pariente fomenta el desarrollo de las capacidades del resto de la saga y colabora a la unión familiar. Para ello, es imprescindible organizar reuniones donde se fomente la comunicación, fomentando valores como la honestidad, la generosidad, el sacrificio o la honradez. El líder debe saber transmitir dichos principios con buen rollo desde la más tierna infancia. Pertenecer a una saga con apellido implica derechos y deberes.
En las empresas familiares todos los herederos deberían disfrutar de las mismas oportunidades para acceder a los puestos de dirección y al relevo generacional. Así como el derecho a salir y vender su parte del emporio. Es necesario fijar unos criterios, unos procedimientos y un protocolo que colabore al buen Gobierno de la familia y de la empresa. Sin confundir la gestión diaria de una sociedad con el Gobierno de la misma que se decide en el Consejo de Administración y en la Junta General de Accionistas.
El gran problema es cuando algunos familiares confunden la remuneración con los dividendos. Los privilegiados son premiados con puestos de conveniencia y sueldos de ministro, aunque no se lo merezcan. Cuando se entremezclan los intereses personales con los beneficios empresariales, se enciende la bomba de relojería que estallará en el momento más insospechado. La hora de la verdad llega en la etapa del relevo generacional.
El colmo de los directivos tóxicos surge cuando, además de aprovecharse de sus emolumentos retributivos, realizan viajes de placer a cargo de la empresa e incluso llegan a organizar una reestructuración societaria para controlar el grupo empresarial con sociedades fantasmas que desconocen el resto de socios.
Los más caraduras “okupan” inmuebles de la familia con la justificación de un crecimiento del negocio.
Para rizar el rizo, los mangantes se niegan incluso a formalizar contratos de alquiler de los inmuebles utilizados en las empresas donde poseen la mayoría del accionariado. Con lo cual, provocan unas contingencias fiscales añadidas al resto de socios.
Es evidente que los mangantes no distinguen el bien del mal; carecen de escrúpulos y de valores; no saben lo que es dignidad; confunden emprender con engañar. El despropósito del despótico no tiene límites. “El to pa mí” se convierte en costumbre.
¿Pilláis el perfil del sátrapa con síndrome de diosecito?
Da igual que se le pille con las manos en la masa.
El dictadorzuelo siempre es poseedor de la verdad absoluta y siempre piensa que tiene la razón. Además, se rodea de unos asesores, abogados y auditores palmeros que le impiden reflexionar sobre la cruda realidad, debido obviamente a su empecinamiento y testarudez.
La transparencia debe ser fundamental para resolver los conflictos de forma racional. Buscando fórmulas que contenten a todas las partes implicadas. Soluciones basadas en la equidad y en el respeto a la legislación vigente.
Cuando existen sociedades dependientes y el porcentaje de participación de los distintos parientes es distinto es indispensable poner orden en las irregularidades que se detecten.
En caso de desacuerdo entre las partes se aconseja acudir a un mediador familiar. Sin embargo, cuando alguien del grupo familiar se aprovecha del negocio para su propio beneficio, comienza la desconfianza que genera rupturas y desemboca en una guerra.
Si el generalísimo o la generalísima de turno se considera el cacique absoluto del cortijo y no escucha al resto de propietarios, el caos está asegurado. El dictadorzuelo suele ser destapado por los accionistas disidentes. Aunque si no se escuchan las alternativas para regularizar los presuntos delitos societarios y la administración desleal, la única salida es pedir responsabilidades mercantiles y penales. En muchos casos, los disidentes llegan a denunciar a sus propios parientes, lo cual suponen sanciones e incluso penas de cárcel. Puede parecer cruel encarcelar a un hermano, aunque en ocasiones es la única salida. La Justicia pone a cada uno en su lugar. Cuando el juez emite sentencia entonces exclaman: “Houston tenemos un problema. El cabrón de mi hermano me quiere meter en la cárcel”. Sin admitir, que quien lleva robando, menospreciando y ninguneando al hermano disidente es el acusado. El recluso argumentará que todo había sido por el bien del negocio y de la familia. Pues vale.
Esther, la auditora de la novela EL TESTAMENTO DEL GALLO, escrita por Alfredo Muñiz, disponible en Amazon, sentencia: “A los maridos se les conoce en las separaciones y a los hermanos en las herencias”.
Aléjate de aquellos que desprecien tus sueños. Los mediocres prejuzgan, ningunean y desprecian las ilusiones de sus parientes, ya sean hermanos, primos o sobrinos. Las personas realmente grandes te ayudan a crecer, a potenciar tus aptitudes y te animan a lograr tus metas.
Huye de las buenas intenciones que muestran aquellos que dicen quererte mucho y luego te pegan una puñalada trapera por la espalda. Las envidias destructoras entre hermanos es una triste realidad, pero uno no puede ni debe ceder a una voluntad por muy consanguínea que sea, si ello conlleva a un latrocinio y extorsión constante. A la postre, se hacen las víctimas y lo venden así: «¨Mi puto hermanito me quiere meter en la cárcel». Sin reconocer que la condición de hermano no exonera los delitos de un chorizo. El culpable es el traidor que roba, no el que se defiende de la agresión y defiende sus intereses.
Los perversos y las protervas critican lo que ignoran; envidian, manipulan y destrozan la convivencia familiar. Prejuzgan sin conocimiento de la realidad movidos por la avaricia, los celos o la envidia.
Caín mató a su hermano Abel, según relata la Biblia sobre los hijos de Adán y Eva. Así las cosas, la primera relación entre hermanos de la historia de la Humanidad supuso un asesinato.
En EL TESTAMENTO DEL GALLO, Bel se ve obligado a huir de su propia familia ante el acoso y menosprecio demostrado.
Como sentenció un veterano sabio que me recuerda al abuelo de la saga, Basiliño Xouto Loureiro, alias el Gallo: “Las palabras conmueven, pero el ejemplo arrastra”.
Alfredo Muñiz.
