Transparencia, claridad, generosidad, normas claras y procedimientos para regular la propiedad y evitar conflictos. Incentivando una buena comunicación son la base de una convivencia sana entre familia y empresa. Sin embargo, cuando se oculta, se miente, no se responde a correos electrónicos ni a burofax ni se dan explicaciones de las presuntas irregularidades, se están sentando las bases a que la desconfianza crezca. Esa forma de gestión, inspirada en los casos más extremos en las jóvenes generaciones partidarios del nazismo, provocará rupturas familiares y desequilibrios en la gestión empresarial. Solamente la «raza aria» tiene derecho a vivir….. El «to pa mí» se impone a la sensatez.
La única salida ante la tiranía del Gobierno empresarial es la salida de la empresa o liarse en juicios para defender los derechos que han vulnerado los presuntos chorizos que se creen los reyes del mambo al confundir dirección con propiedad.
Si propones que intermedie un profesional y el elegido es una parte interesada que manipula y engaña a la parte contraria, la guerra está asegurada cuando se destapa la verdad.
Los capullos tramposos intentarán desprestigiar la imagen de su víctima y ejercerán la censura para acallar su verdad. Ya sea en la propia empresa familiar o en medios de comunicación. Los más cutres llegan a desoír la última voluntad del patriarca y hasta se atreven a cancelar los contratos firmados por su antecesor al poco de fallecer su propio benefactor.
La única salida ante esas culturas dictatoriales impreganadas de falta de escrúpulos éticos, y en muchos casos legales, es acudir a la Justicia para denunciar las presuntos iregularidades cometidas o bien intentar llegar a un acuerdo de salida a un precio ventajoso para la parte perjudicada.
Otra opción más dañina para la familia y la empresa es que el sindicato de agraviados y ofendidos termine vendiendo su parte a un fondo buitre. Se deberán fomentar los puentes de diálogo y asumir la culpa de los errores cometidos. Lo que no se puede es justificar situaciones esperpéticas e intentar imponer tu filosofía, aunque sea contraria al derecho vigente, y no se haya acordado en una asamblea entre todos los propietarios.
La historia se repite en miles de sagas familiares que no sobreviven al tránsito generacional por el egoismo de unos sucesores equivocados que piensan que pueden hacer lo que les da la gana.
La parte del león con el zorro en el gallinero y la urraca en la cocina
“El que reparte siempre se lleva la mejor parte”, reza el refrán. La famosa “parte del león”. El dicho proviene de una fábula de Esopo. El toro, la cabra y la oveja se alían con el león para ir de caza. A la hora de repartir, el león divide la presa en cuatro partes y dispone: “Para mí la primera, porque me corresponde. Esta otra me la llevo por ser el más valiente. Y la tercera, como premio a mi destreza”. A la hora de arrebatar la cuarta, le preguntan: “¿Por qué tienes derecho también a ese trozo? Y él responde: “¡Porque soy el león!”.
Las cláusulas leoninas no deben admitirse en ninguna negociación. Ya sea fabulando con un león en la selva, un zorro en el gallinero o una urraca en la cocina, en tales casos lo mejor es emprender acciones legales y dejarse de pamplinas. Por desgracia en las culturas dictatoriales la mediación es imposible y prefieren aplicar dichas cláusulas leoninas; estos casos se resuelven en el Juzgado.
Para concluir, me gustaría recordar a John F. Kennedy, uno de los precursores de la filosofía mediadora: «No cerremos los ojos a nuestras diferencias; prestemos atención a nuestros intereses comunes y a los medios con los que conseguiremos resolver dichas diferencias».
Informa Alfredo Muñiz
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