Malta, en el corazón del Mediterráneo

Malta sabe a mar. Desde que sales del aeropuerto de Luqa te envuelve el ambiente marino, aunque todavía no hayas visto el mar. El país es pequeño, poco más de 300 kilómetros cuadrados distribuidos en tres islas habitadas y varios islotes, pero está en el corazón del Mediterráneo.

Malta no era un paraíso cuando llegaron los Caballeros de la Orden de San Juan expulsados de Rodas por Soleiman el Magnífico. Su primera impresión no fue muy favorable. Se encontraron un territorio árido, seco, poco acogedor. Ya lo habían ocupado los fenicios, como base de sus operaciones comerciales con occidente, los cartagineses, como un baluarte adelantado de su Cartago, los griegos en su expansión mediterránea, los romanos… porque Roma se anexionaba cuanto pisaba. Su estratégica ubicación la convirtió en objeto de deseo de cuántos pueblos surcaron el Mediterráneo. Se dice que San Pablo naufragó en sus costas. Luego, bizantinos, árabes, normandos, se sucedieron para acabar en manos de la Corona de Aragón.

La Orden de San Juan había sido creada en Jerusalén durante las cruzadas, pero los avatares bélicos de la zona los desplazaron y en 1522 fueron expulsados de Rodas que había sido su último refugio. Cuando recalaron en la costa maltesa construyeron sus primeros asentamientos en Senglea, Victoriosa y Conspicua con una clara sensación de provisionalidad. Pero el emperador Carlos V, valedor del sacro imperio romano germánico, vio la situación estratégica del archipiélago en el Mediterráneo para frenar el avance otomano y aquel enclave provisional se amuralló y fortificó convirtiéndose en la sede de la Orden.

En busca de un asentamiento más definitivo en la isla, eligieron una escarpada lengua de tierra que se adentraba en el mar frente a Vittoriosa. El propio Papa puso al servicio del gran maestre de la Orden, a la sazón Jean Parisot de la Vallete, a su propio arquitecto, el ingeniero italiano Franceso Laparelli quien ideó una planificación perfectamente regular y geométrica de la ciudad, protegida por una impresionante barrera de fortificaciones que hoy en día son el emblema y la carta de presentación de la ciudad de La Vallette, llamada así en honor del Gran Maestre a pesar de haber muerto en 1568, antes de finalizar el proyecto. Su hegemonía duró algo más de dos siglos, hasta que una mañana de 1798 los vecinos del apacible pueblo de St. Julian fueron despertados por una flota de 500 naves de Napoleón que había entrado durante la noche en la bahía. Hoy la Orden pervive, despojada de su calidad guerrera pero realizando las funciones hospitalarias que inspiraron su creación, desde Roma, y Malta se ha convertido en el estado más minúsculo de la Unión Europea.

El sentido religioso de sus fundadores permanece vivo en sus 365 iglesias, muchas veces complejos monumentales, desproporcionados para la parroquia a la que asisten y es que es timbre de gloria tener una iglesia más grande y mejor que la del pueblo vecino.

Como dijo Lord Byron, la Valletta es una ciudad construida por los caballeros para los caballeros. Durante el día resulta muy agradable deambular por sus calles que conservan el sabor de tiempos pasados. Visitar la concatedral de San Juan, con una engañosa portada en su simpleza, dos campanarios por todo atractivo, pero con un interior sorprendente. Espectaculares paredes de piedra cubiertas con pan de oro y sus suelos marmóreos. Por si este esplendor no fuera suficiente, contiene dos de los cuadros que Caravaggio pintó en Malta “invitado” por el Gran Maestre Alof de Wignacourt cuando huía de la justicia italiana, “La decapitación de San Juan Bautista” y “San Jerónimo escribiendo”. Recorrer desde el Fuerte de St. Elmo hasta los Barakka Gardens donde se puede contemplar el gran puerto natural, cogiendo el pulso al trasiego incesante de barcos desde los de gran calado, hasta sofisticados yates, sin olvidar el espectáculo de las barcas de pescadores pintadas de vivos colores con un ojo de Horus pintado en proa para invocar su protección.

Por la noche, la ciudad se apaga porque la mayoría de sus edificios tienen un carácter administrativo y allí apenas viven 7.000 habitantes. La población se concentra en el resto de municipios que ocupan literalmente toda la superficie de las tres islas habitadas, casi sin sensación de discontinuidad, uniéndose unos pueblos con otros. Las zonas costeras de St. Paul Bay, St. Julian, Bugibba, Silema, bañadas por un mar de azul intenso, cobran vida y proporcionan una abundante dosis de marcha y ocio.

La costa maltesa es un abrupto conglomerado de rocas que dan belleza al paisaje pero que proporcionan pocas playas, al menos en el sentido que solemos dar a este término. Hay alguna con arenas importadas, pero su carencia es suplida por restaurantes, cafés y chiringuitos que rodean sofisticadas piscinas a orilla del mar al tiempo que se puede degustar una copa. Clima e infraestructuras aportan el calificativo de lugar de vacaciones que se prolongan una larga temporada gracias a su benigno clima. Cada año, el espectáculo Malta: Isle of MTV combina música, mar y diversión y lleva más de diez ediciones acerando a la isla los artistas más relevantes. Este año tuvo lugar el 27 de junio.

Dos cosas que no se puede perder el visitante: las ciudades fundadas por los árabes que nos sumergen en el medievo. Mdina, la antigua capital, hoy casi abandonada, silenciosa, encerrando mil secretos, un auténtico museo al aire libre y Rabat, lo que era en sus comienzos un arrabal de aquella capital, hoy convertida en su ensanche, donde se encuentran las catacumbas de San Paul, vestigios romanos, perfectamente conservados. El otro enclave imprescindible son los templos megalíticos de Hagar Qim y Mnajdra, que se remontan al periodo neolítico y que ya han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Susana Ávila

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