El arte de amargarse la vida por no saber dialogar en tiempos de covid

La vida, en ocasiones, es una tragicomedia; los días felices se entremezclan con momentos tristes. Problemas laborales, familiares y ahora con la crisis sanitaria nos estamos volviendo medio locos; la falta de vida social y el aislamiento desemboca en situaciones esperpénticas.

Los conflictos son situaciones normales en cualquier relación familiar, laboral, entre novios o entre amigos. Lo normal es disentir, discutir o negociar sobre un tema determinado. De las discrepancias, si se aceptan las críticas constructivas, se generan mejoras. El problema es el empecinamiento, bloqueando el diálogo con posiciones egoístas y autoritarias que no aceptan ningún cambio.

Ante un conflicto, hay que preguntarse: ¿quién generó el problema?, ¿quién intentó arreglarlo por la vía amistosa?, ¿quién propuso soluciones sensatas?, ¿quién fue ignorado en los intentos de resolver el conflicto?, ¿quién hizo mal las cosas?, ¿quién tiene todos los argumentos legales para vencer en el combate?, ¿quién vulnera los derechos legales?, ¿quién se ofende cuando comienza la guerra?, ¿cómo se gestiona el diálogo?

Ante un conflicto o una metedura de pata, lo importante es centrarse en las soluciones y en los intereses comunes, sin hipocresías, sin medias verdades, sin victimismos y sin arrebatos por no saber dialogar. Tal vez, la intervención de un profesional imparcial pueda facilitar el entendimiento entre las partes, clarificar y generar opciones basadas en intereses. Incluso los grandes bufetes de abogados, en ocasiones, recurren a psicólogos para centrar a las partes en conflicto, y enseñarles a gestionar sus emociones y centrarse en la búsqueda de soluciones. Recordando siempre que el acuerdo tiene que ser justo, equilibrado y tangible. Sin prejuicios, ni malos rollos, sin excusas, ni chantajes emocionales.

Les voy a relatar una historia de cómo ante un leve problema doméstico, la mente humana llega a crear un conflicto donde no lo hay.

En ocasiones, las soluciones simples, se complican por prejuzgar a los demás, por marginar, por manipular o por no escuchar.

La botella de vino origen del conflicto

Kike organiza una cena romántica para su novia. Como entrante prepara una crema de nécoras. A continuación, servirá una merluza a la sidra, y para rematar frixuelos rellenos de compota.

“El vino se ha terminado y los comercios con esto del toque de queda ya han cerrado”, exclama al poner la mesa. 

En seguida repara en que su vecino Xuan suele invitarle a un chardonnay excelente. Sin embargo, Kike comienza a murmurar consigo mismo: “Xuan es bastante tacaño, ¿será pertinente pedirle prestada una botella de vino?”.

Conforme va saliendo hacia el portal contiguo las vacilaciones corroen su cerebro: “Creo que me tiene envidia. Puede que no quiera dejármelo. Ayer lo encontré raro. Quizá no le caigo bien, tal vez piense que no se lo devolveré. Estoy convencido de que es uno de esos pijos que sólo beben gran reserva. Además, seguro que piensa que soy un gorrón”.

De repente, Kike toca al timbre con rabia, y antes de que su vecino Xuan pronuncie media palabra, le espeta: “¿Sabes una cosa tontorolo de mierda? ¡Puedes quedarte con todo el vino del mundo!”.

Ante la sinrazón, los mediocres utilizan los prejuicios

Los prejuicios provocaron que Kike no resolviera de forma satisfactoria un simple despiste casero. No caigamos en el arte de amargarnos la vida por tonterías. Luchar contra los prejuicios es, en ocasiones, más difícil que un camello entre por el ojo de una aguja. Posiblemente, lo que pretendan algunos es utilizar la trampa de Lisardo: “A los niños los engaño con juguetes, y a los mayores con prejuicios”. Regresemos a la realidad que nos rodea. Salgamos de casa a dar un simple paseo, quedemos a tomar un café o una cerveza, pisemos la arena de la playa o la hierba en una excursión a la montaña. Tengamos tiempo para ver crecer las flores. La vida nos ofrece miles de planes, sin falta de amargarte la vida con pretextos por no saber dialogar. Céntrate en las soluciones y deja de corroer tu mente con victimismos y prejuicios. Recobremos la cordura.

Por último, recordad las palabras de Shakespeare: “Nuestras dudas son traidores que nos impiden hacer el bien por el simple temor a intentarlo”.

Sin mordazas, ni censuras. Alfredo Muñiz.

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