Venta amistosa entre hermanos: la vaquiña por lo que vale

Cuando las relaciones se convierten en tóxicas lo mejor es apartarse de aquellos que desprecian nuestras ilusiones. En el caso de una empresa familiar caben dos alternativas enzarzarse en una guerra jurídica en la que el juez tendrá la última palabra, con el consiguiente desgaste que suponen los juicios involucrando a la familia; el tiempo y la energía que se pierde en discusiones; la repercusión en prensa en el caso de grandes fortunas, y los costes en abogados y procuradores. O bien, negociar un acuerdo de venta amistosa entre parientes.

La sociedad es libre de comprar las participaciones, suele tener derecho preferente, y se puede llegar a un pacto de pago en religiosos plazos, o bien, permitir que se venda a un tercero interesado: empleados, clientes, proveedores, fondos de inversión, competencia etcétera.

Sea como fuere, siempre se puede llegar a acuerdos con el resto de socios. En el caso de que existan distintas ramas familiares, se podría pactar que el resto de herederos tengan derecho preferente de compra sobre su rama familiar. Existen multitud de alternativas, la sociedad podría invertir en acciones propias, y luego venderlas periódicamente a los interesados. Todo es cuestión de llegar a un compromiso con un valor de venta razonable entre las partes.

“Amiguiños sí, pero la vaquiña por lo que vale”, es el lema de Basiliño Xouto Loureiro, el Gallo, protagonista de la novela EL TESTAMENTO DEL GALLO, disponible en Amazon. Su inteligencia natural le lleva a la misma conclusión que los grandes gurús en empresa familiar.

La sensatez se impone al caos si las partes confían en un mediador que los enfoque a centrarse en los intereses comunes para llegar a un acuerdo justo y equitativo. No obstante, si en el proceso se detectan irregularidades o asuntos turbios, es necesario aclararlos poniendo la verdad sobre la mesa y no ocultando información o manipulando la realidad. Es necesario regularizar los posibles errores del pasado y centrarse en un futuro donde cada uno pueda defender sus intereses y no tenga que doblegarse a las imposiciones del cacique de turno.

La continuidad de la empresa es compatible con el derecho de poder salir de ella si existen diferencias con la dirección o si se prefiere invertir el patrimonio heredado en otros proyectos empresariales. Cada heredero tiene libertad para gestionar su dinero como le venga en gana y no tiene porque supeditarse a intereses particulares de partes interesadas que lleguen a presidir sociedades con puestos de conveniencias incompatibles con su rango.

El testador puede dejar en herencia la legítima, pero el heredero puede hacer uso de esta cómo le venga en gana; vender su participación y reclamar la parte que le corresponda si para llegar a esa legítima se han cometido irregularidades. Es una cuestión de lógica empresarial y jurídica, lo demás son milongas.

Luego vienen los detalles, se podría acordar el pago de esas participaciones en cómodos plazos de tres, cinco o hasta siete años, con los consiguientes intereses, en función de las circunstancias financieras de la sociedad. Si la sociedad gana dinero, de esos beneficios se puede ir pagando la deuda.

Otra cuestión bien distinta es intentar manipular una situación insostenible que provocará una situación familiar y empresarial cada vez más tensa, hasta llegar a una irreparable reconciliación ante las crecientes desigualdades y lucha de intereses.

El asunto es muy sencillo si se gestiona con profesionalidad. Primero, la sociedad invierte en acciones propias y luego los herederos que lo deseen pueden llegar a compromisos de compra con la empresa. Nada de tergiversaciones ni de locuras ni de extremismos irracionales.

La honradez, trasparencia y claridad se debe imponer a la sinrazón. La compra por la propia sociedad es la gran solución a los conflictos entre herederos incompatibles; siempre con la ayuda de un abogado y un economista que ayuden a valorar y a plasmar el acuerdo en términos legales válidos. Lo demás son egoísmos que no llevan a ninguna parte.

Siempre hay salidas legales, hasta se podría optar a una reducción de capital si se quiere que las distintas partes familiares lleguen a controlar la sociedad a partes iguales. Aunque no haría falta la reducción de capital si una de la partes interesadas renuncia a la compra, y le otorga el derecho preferente a la otra parte interesada, para mantener de esta forma la proporción en el porcentaje por ramas familiares. Siempre hay soluciones jurídicas, pero hay que confiar en un experto que nos ayude a llevarlas a cabo y apartarse de «trileros» que enredan con medias verdades o engaños.

La última voluntad no significa que se tenga que mantener una situación tóxica en el tiempo que desemboca en infelicidad. Hay que aprender a decidir con amplitud de miras y ver las distintas alternativas que la vida nos brinda. Nunca es tarde para reinventarse, el futuro puede otorgarnos gratas sorpresas si se afronta con ilusión, esfuerzo, corazón y cabeza. Vive hasta el último suspiro y aléjate de los que desprecien tus ilusiones »

Informa Alfredo Muñiz.

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