Mi vida en una cuartilla por Alfredo Muñiz
Cuando mi profesor de Literatura me aconsejó a los 12 años que nunca dejara de escribir, no le escuché en absoluto; prefería leer “Las aventuras de los cinco”, ir a la playa y jugar con mis amigos. Tan solo me gustaba redactar cartas y postales, las redacciones del colegio y algún poema para aprender métrica.
A los 14 años comencé a viajar en solitario, mi primer destino fue Irlanda donde me alojé con una auténtica familia irlandesa para practicar inglés. Desde entonces mi pasión de trotamundos es insaciable.
Durante el bachillerato me asaltaron las dudas sobre si dedicarme a las letras o a las ciencias, opté por la opción de matemáticas con literatura e historia del arte, aunque confieso que no sabía qué camino elegir con certeza.
Mis maestros consideraban que estaba capacitado para estudiar lo que quisiera. Al final, me licencié en Ciencias Económicas y Empresariales con el objetivo de asegurarme un futuro profesional, aunque seguía vinculado a las letras por mi afición a los idiomas.
En la década de los 80 logré una beca Erasmus para cursar un año académico en Dublin City University (DCU), que permanece en el ranking de las 50 mejores universidades del mundo. Una experiencia inolvidable.
Durante la carrera, comencé a trabajar como operador telefónico y en la propia DCU, una multinacional americana me ofreció un contrato laboral en Disney World. No obstante, por razones familiares regresé a mi Asturias, patria querida, donde logré un puesto de jefe de administración en una constructora ovetense. Algo que parecía más seguro que la aventura estadounidense.
Al estallar la burbuja inmobiliaria, decidí especializarme en comercio exterior, mientras seguía peleándome por mejorar mi inglés, francés, alemán e italiano.
Con el tiempo, fundé una sociedad dedicada a import-export, tuve la oportunidad de trabajar en la feria internacional de La Habana y me enamoré de Cuba.
El ICEX me convirtió en consultor, especializado en proyectos de internacionalización para PYMES.
Al mismo tiempo, profundicé en la gestión de empresas familiares y me familiaricé con su problemática.
Intenté resolver conflictos a través de la mediación, el coaching, los protocolos familiares, la auditoría de cuentas, la calidad según normas ISO, las buenas prácticas medioambientales, la digitalización y seguridad de la información en empresas tecnológicas, las técnicas para fomentar la comunicación y el trabajo en equipo, así como un montón de procesos encaminados a buscar la excelencia empresarial de mis clientes, un camino sin destino final. Apliqué dichos conocimientos en distintas compañías e impartí cursos de formación sobre los temas expuestos.
Tras colaborar con diversas consultoras, fundé mi propio despacho y ejercí como auditor interno en los sistemas de gestión mencionados. Asimismo, participé en diversos medios de comunicación nacionales y regionales, hasta la creación del proyecto digital parahoreca.com que evolucionó a un portal con edición en papel, VIAJAR, VIVIR Y SABOREAR (www.viajarvivirysaborear.com).
En la actualidad, gestiono 5 dominios en Internet, y ejerzo como community manager de las redes sociales vinculadas a los mismos, además de dirigir la edición impresa de la revista.
Ante la incertidumbre cuando llegue mi jubilación y el temor a una precaria pensión. Por fin, escucho al padre Leandro, el profe de literatura preadolescente, y decido publicar mi primera novela, una tragicomedia en tiempos de covid, titulada “El testamento del Gallo”.
Imagínense que a los 18 años confieso: “Papá, quiero ser escritor”. A mi familia se le caería el alma a los pies. Por todo ello, me identifico con Tom Wolfe cuando declaró: “No le digas a mi madre que soy periodista, ella piensa que trabajo de pianista en un burdel”.
Mi maestro el periodista Jesús Cacho me dio la oportunidad de colaborar en “El Confidencial”, y me indicó: “Alfredo, tú igual que Lola Flores te debes a tu público. Recuerda que te leerá el establishment”. Acertó plenamente, a la postre, hasta recibí comunicaciones del Gobierno y de la Casa Real… Ahora, toquemos madera, guardemos un diente de ajo, ¡Santigüémonos!, y que sea lo que Dios quiera. ¿Pecaré al disfrutar escribiendo?
Alfredo Muñiz.



