Meter a la zorra en el gallinero describe una situación en la que se elige a un mangante para controlar el cortijo; es decir, una persona sinvergüenza y en quien no se debe confiar ha sido elegido para proteger un patrimonio o para liderar una organización, ya sea empresa, partido político, institución cultura, fundación, ayuntamiento, asociación o club.
El caradura de turno liderará la organización pensando en sus propios intereses y no en los intereses colectivos de los stake holders vinculados al proyecto, es decir, propietarios, herederos, proveedores, clientes y sociedad en general. Suele tratarse de personas mediocres que no tienen escrúpulos para medrar en el organigrama de la organización y recurren a cualquier medio, ya sea legal o ilegal, para lograr su objetivo.
Su falta de deportividad es tan abrumante que comenten errores, incluso en situaciones absurdas cuando se encuentran desesperados por su falta de liderazgo real, entonces recurren al caciquismo, la dictadura y el nepotismo, ya sea colocando a los amiguetes y familiares en empleos públicos o en empresas familiares con puestos de conveniencia.
A la postre, ese trato de favor hacia familiares o amigos, a los que se otorgan cargos por el mero hecho de serlo, sin tener en cuenta otros méritos, siempre suele terminar en fracaso o escándalo.
La bruxa y la zorra, primos hermanos
Si la personalidad de una zorra se une a la de una bruxa el resultado es satánico, como es el caso de Lilit en la novela EL TESTAMENTO DEL GALLO, disponible en Amazon.
En realidad, Lilit es una meiga gallega, que me recuerda a las bruxas asturianas, esas mujeres mezquinas, manipuladoras y con intenciones que conocen todos los secretos de la magia psicológica para triunfar con trampas y hechizos. Según la creencia, con sus miradas pueden hacer enfermar a los que las han agraviado o a quienes les caen mal, haciéndolas un “mal de ojo”. Me las imagino revolviendo los brebajes mágicos en grandes cacerolas. Ahora con la llegada de Halloween se visten de negro, aunque el resto de años pueden ir disfrazadas con modelitos de Zara o de Dior, según el presupuesto. Las más clásicas tienen de mascota un gato negro y dominan el uso de la escoba, aunque hoy en día, también utilizan la vaporeta para realizar sus conjuros.
El temor a su poder es tan grande que a los niños se les protegía usando el puñín o higa de azabache. Bien lo sabe la abuela de la saga de la novela EL TESTAMENTO DEL GALLO, que regala a sus nietos ese colgante de bisutería, consistente en un pequeño puño negro cerrado con el pulgar apresado entre los dedos índice y corazón, un ritual propio de Asturias y de Galicia.
Antiguamente, una de las ambiciones de las bruxas era apropiarse del ganado de los aldeanos del pueblo, de ahí que estos protegiesen sus reses con campanillas, grabadas con cruces y signos religiosos para evitar que pudieran ponerles sus manos encima. En el ritual que efectuaban se untaban con un ungüento y decían la siguiente fórmula mágica: “Por encima de artes, por encima de carballos, a la Veiga del Palo con todos los diablos“. El Gallo repite a los mangantes: “Amiguiños sí, pero la vaquiña por lo que vale”, en relación a los engaños en su emperio de huevos y gallinas.
Hoy en día, los descendientes de las bruxas y las zorras se han extendido por Asturias y Galicia. Como dicen los gallegos: “eu non creo nas meigas mais habelas, hainas” que traducido significa “yo no creo en las brujas, pero haberlas, las hay”. Veremos si gana el eje del mal o los partidarios del bien…, seguiremos informando. Alfredo Muñiz