En el castellano castizo se denomina engañabobos a una cosa que tiene una apariencia de calidad, valor o utilidad y resulta engañosa. También es un engañabobos una persona que pretende embaucar o deslumbrar. El mayor engañabobos es el que se engaña asimismo. Existen seres humanos que carecen de escrúpulos y ética; a sus propios ojos son honestos por el bien de la familia o de la empresa. Engañan a sus parientes y hasta a su propia madre. Suelen ser personas narcisistas y con cierta tendencia psicopática narcisismo y la psicopatía, llegan en a distorsionar la realidad en beneficio de su propio interés de una forma egocéntrica.
Una persona inteligente desconfiará de aquellos que desprecien sus cualidades; intentará poner las cosas claras ante la mesa, pero ante tanta desfachatez es imposible dialogar.
Las conversaciones se convierten en diálogos de besugos con medias verdades o mentiras que intentan disfrazar la turbia realidad. Las partes en desacuerdo pierden la confianza ante el mentiroso empedernido y lo mejor es alejarse de dichas relaciones tóxicas.
El maquillaje en las relaciones societarias y sociales
“Sombra aquí, y sombra allá/ Maquíllate, maquíllate”, cantaba Mecano en la década de los ochenta. Durante la movida madrileña, los maquillajes exagerados circulaban por Gran Vía y los empresarios presumían de su fortuna en los saraos de Marbella.
Entre la beautiful people se bailaba sevillanas y se incentivaba la cultura del pelotazo. Tras el boom inmobiliario, con el consiguiente maquillaje contable de las cajas de ahorro, llegó el aterrizaje a la triste realidad sin pinturas ni moños postizos que desfiguraran la jodida realidad.
La misma situación ocurre en las familias empresarias en decadencia, se ocultan los problemas con la excusa de preservar la paz familiar hasta que explota la bomba de relojería cuando se desmaquillan las cuentas y se muestra la engañosa realidad en beneficio de los puestos de conveniencia.
En la novela EL TESTAMENTO DEL GALLO, escrita por Alfredo Muñiz, disponible en Amazon, Carlota y su amiga auditora Esther desmaquillan las cuentas del emporio familiar de huevos y gallinas.
A los más torpes les encanta mentir y utilizar el maquillaje contable para enmascarar el estado real de las finanzas en su propio beneficio.
El “sombra aquí, y sombra allá” es una práctica que continúa vigente en la actualidad, heredada de aquella época en que todo valía. La situación genera inquietud entre empresarios, inversores y accionistas que sienten que corren el peligro de perder su dinero en un negocio montado para que el gran líder se enriquezca con el menosprecio al resto de accionistas.
Las trampas para ocultar la realidad de la empresa son infinitas, desde evasión de impuestos a beneficios económicos por ventas no declaradas. El gran problema surge cuando el maquillador y sus top models se acostumbran al maquillaje contable como una práctica habitual en la empresa y piensan que no existe otra alternativa de salir adelante.
Cuando los mangantes logran esconder la verdad durante más tiempo, se piensan que adquieren un derecho consuetudinario, aunque dichas prácticas sean ilegales y sujetas a futuras sanciones fiscales. Por tanto, en tales circunstancias, mayor es el peligro de cometer fraudes con graves consecuencias en el aspecto económico, jurídico, ético y comercial.
Pese a todos los intentos por imponer orden y regularizar la situación, los Pinochos prefieren omitir el problema y deciden huir hacia delante hasta que se pegan una hostia histórica, en el momento que se denuncia el cotarro. Entonces, los “inocentes” caraduras se hacen las víctimas y comienzan a culpar de los trapicheos a los responsables del pasado o a los engaños de los asesores.
Los máximos responsables de los fraudes son las personas que firman y que ganan relevantes emolumentos aprovechando las ventajas de los números que mienten.
Cuando se oculta información y se descubren asuntos extraños comienzan los indicios de estafas y delitos.
Los mentirosos empresariales abundan en la dirección y en el asesoramiento externo que prefieren cobrar una sustanciosa minuta sin escrúpulos de incurrir en negocios turbios, y más si se les recompensa con dinero negro.
Los empleados de confianza de toda la vida, con acceso a las finanzas, se creen que pueden manejar el cortijo a su antojo, sin respetar las leyes ni los derechos de los propietarios minoritarios, no solo de los que mandan.
La oportunidad crece en los cambios generacionales con conflictos de intereses entre socios, lo que facilita las actividades encubiertas de los jefecillos vanidosos, egoístas, sabiondos, obtusos y caciques. En muchos casos “hijos de papá y licenciados en EGB” que se creen que un apellido y un nombramiento de consejero delegado les otorga inmunidad legal.
El maquillaje también va asociado a las bonificaciones fantasma
Los listos de turno se creen con derecho a una parte del pastel por la cara. Aunque reciben un sueldo oficial, su “extraordinaria valía y supuestas horas extras” les hace merecedores de meter mano en la caja para llevarse su recompensa por detrás… El acceso a ganancias de manera ilícita es siempre delito, si estás mal pagado en tu empresa, podrás solicitar un aumento de sueldo, no robar a los dueños del negocio.
No te fíes ni de los informes de auditoría ni de los peritajes externos, todo puede estar amañado. Acércate a la empresa y audita por ti mismo los procesos y las cuentas. Recibe las explicaciones necesarias ante cualquier duda. En caso de que las explicaciones no sean convincentes, sigue investigando y solicita refuerzo de expertos independientes.
Evalúa la eficacia en el desempeño y los sueldos de los directivos. No confíes tu dinero a terceras personas sin revisar cómo manejan las cuentas claras. Conviértete en tu propio auditor si quieres ver cómo es tu empresa sin maquillaje. Informa Alfredo Muñiz.
¡Alexia, pónmelo otra vez!
