Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre. Sin embargo, cuando se emplea el calificativo para designar a una persona adquiere una connotación negativa. Contradicción lingüística que coincide con las trampas comunes en la evolución de las empresas familiares, al confundir gestión con gobierno, y dirección con propiedad.
El objetivo fundamental de toda empresa es generar beneficios. Para ello, los gestores se deben centrar en los intereses de la sociedad, bajo un marco de legalidad. En caso contrario, pueden incurrir en administración desleal y en delitos societarios.
Las relaciones familiares es otra historia; una empresa no se puede convertir ni en una oficina de empleo ni en una ONG de la familia. Los sentimientos no se pueden mezclar con los negocios. La toma de decisiones debe ser profesional. No se puede utilizar la excusa de la «paz familiar» para robar a los parientes.
En caso de conflicto de intereses, lo ideal es buscar una solución consensuada en el marco de la legalidad. El líder debe escuchar a todas las partes implicadas y decidir de acuerdo a los intereses comunes, y no a los intereses propios. O dejarse aconsejar por mediadores externos. Agotadas las vías amistosas contra los mangantes de turno, es necesario pasar al plan B: una demanda judicial.
El juez tendrá la última palabra y decidirá quién tiene razón. Por el camino, los abogados se enriquecerán por la carencia de diálogo en el seno familiar. Es la historia de siempre.
Más vale maña que fuerza, todo fariseo termina desenmascarado
En la novela EL TESTAMENTO DEL GALLO, disponible en Amazon, el personaje más fariseo es Josemita, un hijo de papá con un puesto de conveniencia y sueldo de ministro gracias a su apellido en la empresa familiar de huevos y gallinas de la cual se aprovecha en detrimento del resto de herederos.
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y omitís lo más importante de la ley; la justicia, y la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer lo otro», Mateo 23.
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano». ¿Realmente se creía lo que decía?
Los fariseos ponían mucha atención a los ritos, ceremonias, ordenanzas y a los hechos exteriores que les daban la apariencia de ser rectos, pero no les preocupaba realmente ser rectos en su corazón. Por eso Jesús se refirió a ellos como hipócritas. Eran solo fachada.
Hoy en día, se califica de fariseo a una persona hipócrita que finge una moral, unos sentimientos o unas creencias religiosas que no tiene. Lo importante es el postureo; mientras que la moral, los valores y la honradez les importa un bledo. Pueden ir a misa los domingos y luego pasarse los mandamientos de la Ley de Dios por el forro. Lo relevante es que se les vea en misa y guardar esa apariencia católica, apostólica y romana, acudiendo a comulgar como si desfilara por la pasarela de la Vaticano Fashion Week…
La falsedad es utilizada para manipular las circunstancias en función de su beneficio propio. Su palabra es la ley, su verdad es absoluta, no existen otros principios ni otras alternativas. No hay posibilidad de llegar a un acuerdo justo.
El término fariseo procede de la época cuando Jesucristo habitó entre los hombres. Entonces, los fariseos eran un grupo religioso judío que se caracterizaba por observar escrupulosamente los preceptos de la Ley mosaica; se interesaba más por las apariencias que por seguir el espíritu de la Ley. Informa Alfredo Muñiz.
