¿Por qué hablamos de lo que no sabemos?
El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona.
En ocasiones se escuchan comentarios “irrebatibles”, tan idiotas que no merece la pena ni cuestionar.
Un taxista me comentaba recientemente su solución para acabar con la crisis.
El buen señor opinaba que no se explicaba cómo no se le había ocurrido al Gobierno enviar sobres con billetes de 500 euros a todos los españoles. De esta forma se incentivaría el consumo, y por tanto la producción.
Según el “ingeniero del volante” era cuestión de dar la orden al Banco de España como panacea a todos los males. Ante tan “sabia” conclusión no le di una clase magistral de economista, preferí callarme. El ignorante tiene valor; el sabio, miedo.
De ahí que algunos investigadores incluyan en la definición de efecto Dunning-Kruger a la tendencia de personas de alto rendimiento a subestimar sus habilidades, y lo contrario, es decir, personas que se creen los reyes del mambo y en realidad es todo fachada, son incompetentes.
En los negocios, ocurre otro tanto de lo mismo. Hay ejecutivos que se creen superiores al resto de la humanidad, se convierten en “temerarios” y “roban” a los propietarios de la sociedad.
Los trapicheos duran hasta que algún accionista inteligente los pilla con las manos en la masa y destapa las argucias contables ante la Justicia. Rico y de repente, no puede ser santamente.
Hablar y actuar “a tontas y a locas” se ha convertido en un deporte nacional.
Los políticos se contradicen en sus promesas e incluso utilizan argumentos patéticos para justificar lo injustificable.
La prensa del corazón, en ocasiones, se inventa historias.
E incluso la prensa sería publica polémicos titulares, la creación de noticias para vender periódicos ni tan siquiera es criticada por el pueblo.
Vivimos una época donde todo vale. El orgullo es el complemento de la ignorancia. Los principios éticos han caído en el olvido y triunfa la picaresca en la selva del asfalto. Pero, ¿por qué hablamos de lo que no sabemos?, incluso tratando temas muy serios.
La psicología nos da la respuesta, se trata del efecto Dunning-Kruger, una interpretación errónea de la realidad. “Un sesgo cognitivo”, que dirían los profesionales de la mente.
“Las personas tendemos a sobrevalorar nuestras capacidades y conocimientos. Esto se agrava cuando las personas tienen pocas capacidades, porque no solo pueden llegar a conclusiones erróneas sino además no percatarse de ello. Este efecto explicaría porque algunas personas ignorantes se consideran las más listas y por qué ante determinados temas una persona con formación puede dar charlas y conferencias, mientras que una sin formación lo que ofrece son soluciones simples -lo cual es bastante peligroso-.
¿Qué podemos hacer? Pues desde luego, ser conscientes, formarnos y reflexionar más”, explica el escritor Agustín Kong.
El argumento me parece irrefutable, lo único que matizaría es que algunas personas dan conferencias o declaraciones para decir tonterías. Los ignorantes carecen de capacidad para reconocer su incompetencia. Esto se denomina el “relato de la doble carga” (dual-burden account), es decir, falta de competencia e ignorancia.
El ignorante, si calla, será tenido por erudito y pasará por sabio, si no abre los labios. De ahí el refrán castellano: “En boca cerrada no entran moscas”. Alfredo Muñiz, economista y auditor.