El tiro puede salir por la culata…
Los resultados de una Junta General de Accionistas son impredecibles. Una estrategia de tiburón despiadado puede convertirse en años de cárcel para los más avariciosos y torpes. Cuando se quiere imponer un criterio sin fundamentos legales y que perjudica gravemente el patrimonio de un sector disidente, el jaleo está garantizado y la bomba de relojería estallará en el momento más inoportuno.
Cuando se intentan acallar las voces críticas con justificaciones inverosímiles, comienza el declive. Recuerden que vivimos en una democracia constitucional y el artículo 20 de nuestra Carta Magna subraya: «Se reconocen y protegen los derechos: A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica».
Cuando se restringe el derecho a la información o se aporta una información sesgada, es evidente que algo se quiere ocultar. «Cásese con un enterrador, con un pistolero, con un jugador tramposo, pero nunca se case con un periodista. No se le pueden borrar las manchas a un leopardo ni enganchar un purasangre a un carro», comenta Walter Burns a Peggy Grant en «The Front Page» (Primera plana), obra maestra de Billy Wilder.
La avaricia rompe el saco
La mezquindad, en ocasiones, supone la autodestrucción de la familia y de la empresa. El egoísmo, combinado con el poder y el dinero ciega a los más tramposos y farsantes que pueden ser acusados de fraude. Solo tienen que leer la comedia del verano: EL TESTAMENTO DEL GALLO, disponible en Amazon. En estos momentos me encuentro escribiendo la segunda parte, les adelanto que la indemnización que tendrán que pagar los herederos ladrones supera muy por encima sus desfalcos. Así las cosas, o los minoritarios se quedan con la totalidad de la granja de “Los Xouto, gallinas y otros animales” o los caciques se empeñan hasta las cejas para compensar los daños económicos ocasionados con sus trapicheos societarios.
Entretanto, Josemita y Monoliño tiran sus últimos cartuchos en libertad. Lo que desconocen es que Carlota ha interpuesto una demanda, pero ellos con su caradura desbordada, siguen creyéndose intocables y continúan con sus delirios de grandeza.
Pese a las advertencias verbales, burofax y correos electrónicos recibidos, no han respondido a su socia, ni le han enviado la información solicitada. Lo cual demuestra su descortesía y torpeza, que añadirá agravantes a los delitos cometidos.
La sorpresa fue mayúscula cuando los patéticos gestores de pacotilla recibieron la citación del Juzgado con una demanda que incluía la actuación de su lacayo Agapito, el asesor que ahora tendrá que rendir cuentas de sus tropelías jurídicas ante el Juez y ante el Colegio de Abogados. Informa Alfredo Muñiz.