Los viajeros que acudan a La Habana no deben de fiarse de ningún extraño y deben de tomar todas las precauciones con su cartera, su móvil y sus gafas de sol. Les voy a contar parte de una de las muchas historias que relataremos en la edición en papel VIAJAR, VIVIR y SABOREAR, editada por parahoreca. La publicación de verano está actualmente a la venta en los mejores kioscos y librerías de toda España.
Paseando por una céntrica calle de La Habana se cruza en un semáforo un cubano que me saluda con confianza y educación: “Buenas tardes, ¿qué tal le va el viaje?, ¿se acuerda de mí?”.
Le contesto que no y responde: “Soy de la agencia, le fui a buscar al aeropuerto con el coche”. Le respondo que está confundido y entonces aprovecha para hacerme su propuesta: “Bueno, perdone si me equivoqué. Si necesita un coche no dude en contactar conmigo. Puedo ofrecerle un precio especial. Por la agencia le cobrarán 100 cuc al día pero si contratamos a un particular lo podemos conseguir a 50 cuc, e incluso le puedo hacer de chofer a un precio barato”.
Una vez que ha logrado captar mi atención y ha soltado la carnaza sobre el coche, continúa con sus recomendaciones sobre bares y paladares para atraer a su víctima. Aunque me dio cuenta de que estoy jugando con fuego, decido seguirle la corriente para ver a dónde me quiere llevar. Pero naturalmente le traslado a mi terreno, y le cito al día siguiente en un lugar con total seguridad junto a la embajada de Estados Unidos con policía las 24 horas del día. En la cita me confirmará la disponibilidad del coche.
Llega puntual y sonriente, me enseña las llaves del vehículo, y me dice que se encuentra en el parking del Hotel Habana Libre. “Le acabo de cambiar el aceite y lo he lavado a mano. Mi amigo dice que por cuatro días lo deja en 200 cuc con el depósito lleno y 150 cuc de fianza. Le dije que era para mi tío, así me hace la rebaja para cubanos. A los extranjeros les cobra 80 por día. Lo mejor es que se quede en el coche o que yo me acerque antes para pagar y así mañana no perdemos el tiempo en papeleos”.
Por supuesto, le pido la documentación, la tarjeta de identidad y el carné de conducir; me explica que la guarda todo en el coche para que no se lo roben. Saca del bolsillo la cartera llena de tarjetas desgastadas y me las muestra como si fueran un tesoro. Pues vale.

Durante nuestra conversación, aprovecho para sacar unas fotografías con el móvil y tanteo su reacción, posa sonriente pero al enseñárselas las borró sin que me diera cuenta. No obstante, al revisar el asunto, recuperé sus fotografías de los archivos eliminados. Le expliqué claramente que sin documentación no hay trato. Acuerda recogerme al día siguiente con el coche y toda la documentación lista para el pago. ¿Qué ocurrió al día siguiente? La respuesta en el próximo número de VIAJAR, VIVIR y SABOREAR.
Informa Alfredo Muñiz.
Relacionado: El restaurante que visitó Obama en La Habana
Pero la peor de las estafas es la que hacen al corazón. Y aquí abro el paraguas antes de que llueva, es verdad que en asuntos de relaciones las traiciones y decepciones ocurren en cualquier parte del mundo, pero tratándose de cubanos, por mucho que uno quiera no ser de los que etiquetan a alguien por su nacionalidad, condición cultural, estereotipos, etc., hay que andarse con cuidado. Y no me referiré aquí al jineterismo deliberado, porque desde el momento que uno acepta lo que te ofrecen (por algo tienen fama de grandes amantes) ya se sabe que es un negocio y si metiste el corazón, pues la falla. Recomiendo leer el libro Habana Babilonia, de Amir Valle. Hablaré aquí de quienes enamoran al extranjero o extranjera, al punto de mostrarse tan dignos, que no aceptan que les paguen ni los tragos, en todo su discurso no existe la necesidad de salir de la isla, hasta la rechazan, dicen que si ellos abandonan Cuba ¿quién hará el cambio?, son galantes, cariñosos, generosos, te presentan con toda seriedad a la familia, a los amigos (todos cómplices), te hacen creer que te aman hasta que consiguen que te enamores hasta los tuétanos y entres al juego ese de lo mío es tuyo. A ese punto llegan jurando que es amor de verdad, que no están interesados en los papeles, ni en el dinero, eso hasta el momento en que tienen al toro por los cuernos y es en ese momento en el que ocurre la estafa. He visto de cerca varios casos, una amiga llegó a una depresión que bordeó el suicidio, por un tipo, que si yo no lo conocía, juraría que ella se lo inventó, que un galán con un alma tan pura había salido de su invención, pero no, el tipo existe (la pantalla que presenta) se llama Javier Cabrera Jiménez. Ya debe tener sus 40 años. Es un tipo alto y flaco, flaquísimo. Pero lo que no tiene de cuerpo, lo tiene de galán. Y no es para nada el típico cubano que habla y habla (echar muela dicen ellos), no. Él es flemático, pero cada palabra que dice está cargada de de belleza, de profundidad, su experiencia como librero le ha dado muchos recursos, y a eso se suma que es músico y poeta. Para conquistar habla del hiperuranio platónico, mezcla en sus desvaríos versos de Martí… Es de los que de entrada te dicen que tiene una hija, que vive con su madre octogenaria, que su ex era posesiva y que en apenas 10 días de separados, tras una pelea, se consiguió a otro, que no llegó a conocer a su padre, te lleva a su casa en donde te tratan con un cariño que conmueve y así va dando muestras de una sinceridad que te compra. Vas por la calle y ves cómo se desprende de unos pesitos para darle al señor que pide una ayudita, llega al extremo de reunir dinero y ofrecerlo a la novia como un acto máximo de bondad y desprendimiento (considerando lo difícil que es reunir dinero en la isla). Aparentemente le va muy bien vendiendo carteles de colección en galerías de la Vieja Habana, habla de sus planes de tener su propia tienda de antigüedades, cuando venda la vieja casona familiar que está cerca del Capitolio, y que tú seas parte de ese sueño si es que al final decides apostarle a vivir en La Habana y prosperar con él, porque él quiere hacer un reino para ti, ahí en el lugar más difícil… y así. Hasta que un día desaparece. Doloroso fue cuando le entregaron a mi amiga las pruebas de que el príncipe habanero no había sido más que un timador, y que exactamente lo mismo que le había dicho y escrito a ella, esas preciosas cartas en las que parecía que era su mismísima alma la que hablaba, cambiaban solo de destinataria, son las plantillas de una estafa.